lunes, 12 de septiembre de 2011

La Confech y el Colegio de Profesores ya están errando el camino

Me preocupa y me asusta que los líderes de los estudiantes universitarios (Confech) no sepan negociar y quieran imponer el 100% de sus peticiones. Me parece un planteamiento cerrado propio un enfoque totalitario. Me temo que, si algún día llegan a gobernar, sufriremos una nueva dictadura. También fui dirigente estudiantil, y me duele darme cuenta de que, aun luchando contra una dictadura, éramos más abiertos que los dirigentes actuales.

Sobre el Colegio de Profesores, no me asusta nada, sino que sus planteamientos ya me dan lástima: ¿dónde está su sentido de autocrítica si ni siquiera se dejan evaluar y lo que más hacen es quejarse del "sistema"? ¿Ellos quieren enseñarnos cómo hacer educación de calidad? ¿Cómo van a enseñar lo que no saben hacer? Me dedico a la educación de adultos y he estudiado educación a nivel de posgrado. Como relator de capacitación, he percibido que uno de los grupos con los cuales resulta más difícil de trabajar son los profesores, porque es un grupo en el cual, comparativamente con otros, es alto el porcentaje de personas que creen que saben, y que no se dan cuenta de que la vida es un eterno aprendizaje y que la sabiduría radica en tener una mente abierta. Echo de menos a los maestros, que son los que saben que no saben, y noto un exceso de profesores formando una casta que se siente intocable, pese a los pésimos resultados que arrojan algunas de las evaluaciones que se les aplican a ellos, que son los acostumbrados a evaluar a los demás.

También estoy por el mejoramiento de la calidad de la educación y el término del abuso del lucro. He sido docente universitario (de pre y posgrado), ámbitos en los cuales me ha tocado conocer modelos orientados a la calidad y otros orientados al lucro.

Pero si todo el mejoramiento que queremos lograr los soñadores va a ser a costa de la democracia, del respeto por los distintos puntos de vista y de la autorresponsabilidad en el tema, no comparto los caminos para lograrlo.

Creo que los cambios sanos de una sociedad se logran cuando hay flexibilidad y nadie quiere imponer a todo el resto su mirada de país. La democracia implica apertura y negociación, con todos dispuestos a ceder.

Los cambios sanos de una sociedad se logran mejor cuando las personas y los grupos están realmente dispuestos a dialogar y a darse cuenta de que "la verdad" no es una sola, sino que cada uno tiene su propia verdad y que todos tiene derecho a defenderla, tanto como tienen el deber de conocer y comprender las verdades de los que piensan distinto. Los cambios sanos se construyen sobre la base de la inteligencia empática, que es como hoy en día podemos llamar al respeto, la tolerancia y el amor.

Los cambios sanos de una sociedad se logran cuando cada uno de sus integrantes descubre qué es aquello que él mismo está haciendo mal y se dejan de culpar unos a otros. Los cambios están en las personas, porque una sociedad y un Estado son una suma de personas. Los cambios sanos son proactivos, es decir, autorresponsables y autocríticos.

martes, 6 de septiembre de 2011

Hablar de la muerte es hablar de la vida

Cuando se me ocurrió escribir este artículo sobre la muerte, recordé que uno de los dones que me ha dado Dios es el de la palabra, que me permitió convertirme en escritor. Aclaro que, en mi opinión, un escritor no es una persona especial ni menos aun alguien que se las sabe todas, ni siquiera en el caso de un escritor de desarrollo personal o autoayuda, como es una de las vetas que he seguido. Personalmente, me considero un canal de reflexiones y de sentimientos, a veces propios, a veces oídos de otras personas, a veces leídos de los grandes maestros, a veces dictados por las musas, y que mis manos llevan al papel con una estructura determinada… Pero el autor resulta básicamente un canal al fin: un canal de comunicación con otras personas. Y, siendo autor, sentí que el mejor aporte que podría realizar (en este momento de duelo nacional por la partida de seres tan valiosos y queridos al estrellarse el avión en el Archipiélago de Juan Fernández), podría ser buscar algunos de los pasajes que, sobre la muerte, mis manos hubieran llevado al papel en mis libros.

Así que aquí va mi aporte a la reflexión y a los sentimientos de un país en duelo, con todo el cariño y el dolor que siento especialmente por aquellos fallecidos del Buenos días a todos, a quienes me tocó conocer personalmente en mi rol de jefe de comunicaciones de TVN en 2000 o en mi locura de ir al programa a hacer imitaciones de cantantes en 2008, esa última vez con el único afán de pasarlo bien y reírnos. Es decir, ¡con el único afán de vivir la vida con alegría y pasión!

Pero los principales destinatarios de las palabras de mis libros hoy no son quienes se fueron, sino quienes se quedaron. Por eso, antes de recurrir a las citas, quiero hablarte directamente a ti, amiga y amigo (seas real o virtual, porque te quiero igual), y expresarte lo que en este aciago pero maravilloso instante pienso sobre la vida y la muerte:

Somos nosotros, aún vivos, los llamados a dejar de quejarnos por minucias; a aprender, de una vez por todas, a valorar como corresponde la vida que se nos regaló y a vivir cada jornada como si fuera la última. Pero no de la boca para afuera, sino de verdad como si fuera el último día, para irnos felices si nos toca irnos. Si algún día sientes que, tranquilamente, podrías morirte mañana mismo, y que en tu interior habita tanto agradecimiento por lo que te ha tocado vivir hasta hoy (el amor y el dolor), entonces sabrás que eres realmente feliz. Y ser feliz no es solamente un derecho, sino un deber. No merecíamos la vida. Es un gran regalo. ¡Y los regalos se agradecen!

De Preguntas para un maestro (2004, publicado en 2010):

“–¡Por qué Dios nos hace morir, maestro!
–¿Por qué no nos preguntamos mejor para qué nos hace vivir?
–Maestro, es que nuestro compañero tiene razón. También me parece absurdo que se nos dé la vida y después se nos la quite. ¿Por qué Dios hace esto?
–¿Dios hace qué? ¿Nos quita la vida? ¿O más bien nos regala la muerte?
–La muerte, ¿un regalo? ¿De qué estás hablando, maestro?
–De que la luz no tiene valor si no se nos regala también la oscuridad”.
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“–Maestro, ¿qué certezas tienes?
–Que nací, que estoy viviendo y que he de morir.
–¿Y cuáles más?
–Estoy seguro de que naceré, que viviré y que moriré de nuevo”.
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De Cómo comerse la manzana (2005, publicado en 2010):

“Más que vivir muchos años, aprovechemos mucho nuestra vida.
Vivir mucho no es vivir muchos años, sino vivir intensamente”.
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“Más terrible es que el miedo a la muerte es el miedo a la vida”.
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 De Por el camino (2007, publicado en 2010):

“Hoy he nacido.
Hoy me voy a morir.
Hoy he vivido.

De paz del cielo
lleno mis pulmones
y emprendo el vuelo”.

De Yo, proactivo (2007):

“Reclamó Uno:
–Uno ha tenido que sufrir el dolor de grandes pérdidas: de bienes, de trabajo… Pero las que más duelen son las de seres queridos. Sobre todo, los suicidios.
Le contó Yo:
–Cuando yo he tenido ese tipo de pérdidas, he canalizado el dolor, y luego he valorado con mayor fuerza seguir con vida y disfrutar tantas alegrías en ella. Ante las muertes de mis seres amados, aunque hayan sido trágicas, he agradecido las huellas imborrables que esas almas dejaron en mí”.

De El secreto del junco (2009):
“Una persona puede decidir dejarlo todo e irse a África a dar la vida por las comunidades tribales. Ése es su sueño, y se traslada a África, trabaja denodadamente por las personas, y en un momento muere producto de la malaria o en manos de una tribu enemiga. Trágico fallecimiento, pero con la tranquilidad de ser una persona exitosa, porque logró hacer con su vida lo que quiso hacer con ella. Obtuvo lo que se propuso y cumplió su misión o anhelo.
Alguien podría preguntarse: ¿Y para qué empeñarnos en nuestros logros o nuestro éxito si igual algún día tenemos que morir? Esa es una de las particulares ironías de la existencia. Desde que nacemos, la vida se nos plantea como sinónimo de crisis, porque sabemos que ése es el final del camino en este mundo”.
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“Si una crisis nos sirve para ser más agradecidos, si una enfermedad o la muerte de algún ser querido nos sirve para ser más agradecidos, ¡bienvenidas sean estas oportunidades de aprender a ser más positivos y felices!
¿Por qué valoramos lo que teníamos cuando ya no lo tenemos?”.
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“Yo no me echo a morir. ¡Siempre me echo a vivir!”.
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“A veces en los talleres pregunto quién tiene buenas noticias. A la gente por lo general le cuesta; no estamos habituados a considerar bueno o bonito lo que nos está tocando vivir. Pero yo no pierdo la fe. En ciertas oportunidades se animan dos, tres o cuatro personas y cuentan cosas agradables, normalmente de su vida familiar, como: “Mi hija estuvo de cumpleaños el fin de semana y lo pasamos súper bien”.
Una vez una mujer compartió esta noticia: “¡Estamos vivos!”.
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De Resistiré (2010):
“Exhalé mi último suspiro con una sublime seguridad habitando en cada una de mis fibras y en cada gota de mi savia: la fantástica certeza de que era también el primer suspiro de un ciclo eterno, en el cual mi ser siempre existiría dentro de nuestra maravillosa turbera, o tal vez fuera de ella, convertido en un ave volando entre las nubes empujadas por el implacable viento, o convertido en esas nubes. O quizás en ese mismo viento”.